sábado, 5 de abril de 2014

"Acabaron cogidos de la mano del dolor", Arianna Hernández Pérez 4º A ESO.

Rota como una muñeca de porcelana herida después de una batalla. Así se sentía Melany después de la muerte de su padre. Fue en octubre, cuando el otoño ya hacía caer las primeras hojas de los árboles y el frío empezaba a llegar. Ese día estaba lloviendo, pero era acogedor. Ella escuchaba el ruido de las gotas mientras estudiaba, como cualquier otra tarde, sólo que esa tranquilidad se rompió al oír a su madre gritar. Salió corriendo de su habitación para comprobar qué había ocurrido. Los accidentes en el hogar no son tan escasos: al parecer, el piso estaba mojado por una gotera en el techo, propio de una casa de madera. Según su madre, su padre iba a ir a salir a comprar la comida cuando pasó por ahí y resbaló. Una mesa estaba cerca y cuando cayó se dio contra ella. No hay más qué decir. Fue lo sucedido, muy rápido la verdad, pero fueron los minutos más dolorosos que había experimentado Melany, a pesar de sus dieciséis años de vida. 
 Aunque hubiera pasado un mes desde que empezaron las clases, no quería asistir a ninguna más, pero a la vez no quería que acabara la mañana, ya que volvería a la casa donde estaban encerrados los recuerdos, donde estaba la presencia de su padre. La soledad era su única compañía en esos días, estaba rodeada de gente, de amigos y amigas que la querían, pero nada era igual: cerraba los ojos y empezaba a recordar a su acompañante, a su mejor amigo, a su aconsejante: a su padre. Le recordaba cada día, así se sentía viva; vivía para él, si sonreía era porque sentía que estaba ahí, a su lado, protegiéndola, como siempre lo hacía antes del accidente. 
Su madre no era una excepción. Velaba por él todas las noches, abría la ventana y miraba las estrellas, como si allí tuviera la solución a ese gran problema, a esa tragedia que llegó de improvisto. Seguía adelante a pesar de la ausencia de su marido, de su amor, de la persona que la acompañó gran parte de su vida y que ya no estaría nunca más a su lado... 
Diciembre 
 Todos los días eran iguales, monótonos: tardes lluviosas y, a pesar del frío, ya se sentía la calidez de la navidad. Podría ser una de las más tristes, melancólicas, aunque ellas se ayudaban mutuamente, luchaban para seguir adelante, para ayudarse y ser felices. 
 El día de navidad, su madre la despertó:
 -Buenos días cariño, hace un día precioso. Ha dejado de llover, ¿por qué no salimos un rato a dar un paseo? 
 Ese podría ser el mejor de los regalos para Melany, la compañía de su madre. Salieron las dos al jardín y a continuación cogieron camino hacía un parque cercano. No había silencio. Ellas se fundían en las variadas conversaciones que tenían, se escuchaba el ruido de los niños jugar, los coches pasar, se veían parejas, familias enteras, todos sonreían, un día lleno de vida. El parque no estaba tan lleno, sólo estaba la presencia de dos ancianos, un señor que leía, unos hermanos disfrutando de la nieve que había caído aquella noche y un chico. Fue lo que a Melany más le llamó la atención. Estaba solo, en un banco sentado, con la mirada perdida en sus pensamientos. 
 -Necesito caminar un poco, me vendría bien. -le dijo Melany a su madre. 
-Yo estaré aquí sentada, no me iré, no tardes mucho. -le respondió. 
 La chica empezó a caminar. El parque era bastante grande por lo que podía pasarse varios minutos caminando, sin detenerse, sumergida en sus pensamientos. Pasó delante de aquel chico sin darse cuenta, pero él si la notó, la vio, con detalle, sus ojos ahora brillaban. No había ningún motivo. Él giró la cabeza y no encontró sentido a su reacción, a lo que sintió por el simple hecho de ver a una chica desconocida. Raúl, así se llamaba. Ya habían pasado unos minutos de haberla visto pero en su cabeza no dejaba hacerse la misma pregunta: ¿quién era esa chica? Se levantó y empezó a caminar, quiso aclarar sus ideas. Melany seguía su camino, reflexionando sobre su vida, sobre su familia... Miraba al suelo, no veía a las personas pasar. Raúl también seguía su rumbo pero él caminaba más y más rápido, como si estuviera huyendo de sus recuerdos, de sus problemas. Sentía que debía llegar a un lugar pero no sabía cuál. Pasó así varios minutos hasta que se sentó en el primer banco que encontró, al lado de una mujer. Ella ni si quiera se percató de su presencia. Al cabo de un rato, llegó Melany. 
 -¡Hola mamá!
 -¡Ah, hola cariño –dijo su madre, alejándose de la profundidad de sus pensamientos-! 
 Raúl se sorprendió, estaba temblando, no sabía qué decir; por lo que prefirió levantarse, cediéndole el sitio a la joven chica. Hubo un problema. Ella se presentó. 
 -Hola, te vi hace un momento y me di cuenta de que estabas solo, ¿quieres que te acompañemos un rato? Mi nombre es Melany. 
-Hola... El mío es… Raúl. No hay problema. Encantado de conocerte, Melany. 
 La madre de la joven le pareció que era un buen momento para dar un paseo y despejarse, ya que su hija no estaría sola en su ausencia; así que les dijo a ambos que iría a dar una vuelta. 
 La chica se puso nerviosa, ¿qué estaría haciendo con un extraño, solos, en un parque? Sabía que fue ella quien se presentó, pero no es propio de ella; es una chica tímida, aunque en esta ocasión tuvo la necesidad de hablarle a ese chico tan inusual. Pero lo que más le impresionaba era que no tenía miedo, sino todo lo contrario. 
 Su madre se retiró. 
 Raúl se consideraba una persona sociable y qué más mejor que establecer una conversación con alguien al que no conoces, había mil temas de qué poder hablar. Comenzaron un pequeño diálogo que con los minutos iba creciendo, la confianza iba aumentando. Pasaron varios minutos, fundiéndose entre risas y anécdotas, conociéndose un poquito más. Ellos no sabían que lo que se estaba formando entre ambos iba a ser más fuerte de lo que pensaban. Antes de irse, se dieron un abrazo e intercambiaron números de teléfonos para no perder el contacto. En un último momento, ella le entregó una pulsera que nunca se quitaba, aunque siempre se solía caer, ya que estaba ligeramente rota pero soportaba estar en la mano y eso le valía. Le pareció un buen regalo para que no se olvidara de ella y de aquel buen momento que compartieron juntos. Raúl la aceptó, pero no sólo la pulsera le pertenecía a él. 
 Pasadas unas horas, había llegado la noche y Melany, en su habitación, miraba las estrellas. Pensaba en su padre y en todas sus experiencias vividas con él; pero sin darse cuenta, había llegado alguien más en su vida. Por otra parte, Raúl no dejaba de pensar en ella. Vivía una vida casi perfecta: tenía dos padres, un hermano pequeño, buenos estudios, jugaba al fútbol y era muy conocido en su instituto. Él era diferente: siempre soñaba, escribía sobre su vida, sobre cosas fantásticas e irreales y no paraba de imaginar cosas nuevas. Esa noche escribió sobre una realidad; sobre ella. 
 Febrero
 Ellos dos empezaban a verse cada día, se hablaban a diario y era casi imposible dejar de pensarse mutuamente. Los sentimientos eran más notables, Melany, por primera vez, reía de verdad, sin máscaras. 
Él, en cambio, por fin pudo dejar imaginar cosas irreales. Raúl ya se sentía completo, se sentía lleno de vida, con ganas de escribir su realidad, con verla; juraba amarla cada segundo que pasaba... 
Ella no era una excepción: lo amaba, a pesar de los pocos meses a su lado, le bastaba y se conformaba con eso. 
Su madre la veía, era feliz gracias a ella, le regalaba su felicidad, su hija lo era todo y verla disfrutar de la vida la hacía descansar, estar más tranquila. 
 Las miradas eran más especiales, los silencios eran cómodos y el tiempo se detenía cuando estaban juntos. Estaban hechos el uno para el otro, estaban unidos por dos realidades que antes deseaban: ella necesitaba a alguien, no que reemplazara a su padre ni mucho menos, necesitaba a alguien que la acompañara, a alguien que la hiciera feliz cuando ya no tenía fuerzas para continuar. Él quería un sueño cumplido, quería ver a su vida delante de él, un día juro que se entregaría a la persona amada, él era de sus escritos, de sus sueños, ahora él le pertenecía a ella. 
 Marzo
 Ya había pasado un mes pero para ellos parecía que pasaban minutos, segundos si era necesario. El tiempo iba muy rápido, pero si estaban juntos no les importaba. Ese mañana quedaron para ir otra vez al parque, era su lugar favorito. Raúl siempre la esperaba en el banco donde se conocieron, luego Melany llegaba unos minutos más tarde. No tardaba mucho. Pero, al contrario, ese día no era el caso. La joven no llegaba como de costumbre, se retrasaba y él estaba extrañado, más preocupado de lo que debería estar. Y el tiempo pasaba pero no llegaba, la llamaba pero no había ninguna respuesta. Optó por ir a su casa, tal vez se la encontraba por el camino. Iba cada vez más deprisa, no la encontraba. 
Muchas personas estaban agrupadas en la carretera, un coche a la derecha y bajando de él pudo ver a la madre de la chica, más adelante estaba una ambulancia. Él se imaginaba lo peor. Había una camilla, con una persona y una manta por encima. La desesperación y la incertidumbre le invadieron y quizás llegaron los pensamientos más erróneos que pudo tener. Aún así, no quería saber la respuesta. Ya lo daba todo por hecho, no tenía que saber nada más; así que se marchó. No comprendió lo que estaba ocurriendo, no quería aceptar la verdad; ésa no. El chico empezó a correr y, justo en ese momento, la pulsera que le regaló su amada se cayó al suelo. Sus lágrimas caían y su rabia iba creciendo, su mente decía que todo había acabado pero su corazón buscaba alguna esperanza. Pero no la encontró. 
 Pasado un tiempo, aproximadamente unos meses después, decidió irse del pueblo. Se quedó en la casa de unos de sus tíos por un tiempo. Le costó convencer a sus padres al principio, pero lo consiguió. No se fue muy lejos, solo a unos pocos kilómetros de donde antes vivía, pero el parque estaba lejos, no lo volvería a ver; ese era su propósito, ya que ahí estaban guardados sus recuerdos más importantes. 
 Aproximadamente unos meses antes
 Justo cuando Raúl se fue, Melany salió de su casa para verse con él. Se había retrasado haciendo algunos recados. Mientras se dirigía hacia el parque vio el accidente. Muchas personas, una ambulancia, un coche, alguien muerto. No quería pensar que en esa camilla estuviera la persona a la que amaba. Algo que no se esperaba era ver la pulsera tirada en el suelo, cerca de la camilla. Un nudo en el estomago la dejó sin aliento y no pensó en otra cosa que en irse de allí, tomando la misma decisión del chico: huir del dolor, de la presencia de aquel trágico momento. 
 Pasaron días, meses
 Él joven vivía su nueva vida, con un gran hueco en su interior, se sentía tan vacío... Ella vivía con el recuerdo de las dos personas que más amaba. Los dos supieron vivir pero no aprendieron a ser felices, solo esperaban pero las ilusiones eran falsas; sus mentes negaban cualquier esperanza y ya no creían en la vida, estaban de la mano con el dolor.





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